Sáb. Abr 20th, 2024

Hace escasas horas, tras un largo padecer, falleció el ex diputado nacional justicialista Luis Enrique Uriondo. Para muchos, la historia de “El Negro” es un espejo de la historia íntima del peronismo y los convulsionados años que sobrevinieron tras septiembre de 1955. Actor y testigo de sus grandezas, sacrificios y sus mayúsculos desatinos no exentos de violencia. Frente a su mirada pasaron muchos personajes y hechos que marcaron una Argentina a la que le cuesta levantarse de su largo letargo. O decadencia como califican, también, muchos. Había nacido en enero de 1942 en momentos en que gran parte del planeta se encontraba en guerra contra el nazismo y los argentinos la miraban de lejos. Adoptaban la neutralidad.

Eran los tiempos en que el ex presidente Marcelo Torcuato de Alvear, antes de fallecer, explicaba a su gente que la situación exterior era muy grave:» “¿Y nosotros? ¡En el mejor de los mundos! Una conmoción universal pone en peligro los ideales, los principios, las doctrinas que son esencia de nuestra nacionalidad, y nosotros, en tanto, estamos entreteniéndonos en los atrios para que salgan elegidos Juan, Pedro o Diego?.  El ex presidente de la Nación no fue escuchado porque poco tiempo más tarde ocurrió el derrocamiento de Ramón Castillo y la Argentina, en su no hacer, miró para el lado equivocado. Miró a Berlín.

“El Negro” Uriondo creció en ese tiempo y durante las tardes parsimoniosas de su Santiago del Estero escuchaba las conversaciones de sus mayores sobre sus tíos Oscar y Carlos Alberto Uriondo, generales comprometidos con Juan Domingo Perón. El mismo al que va a salir a defender, a sus diecisiete años, cuando acepta integrar “Uturuncos” en 1959. El grupo armado que copó la comisaría de Frías, Santiago del Estero, en la madrugada del 24 de diciembre de 1959 y días más tarde fueron detenidos por la policía tucumana y Uriondo fue a parar a la cárcel. Luego, como solía aclarar el Negro, varios continuaron la pelea bajo la influencia castrista pero él no, simplemente, porque era peronista.

Llegó a Buenos Aires a fines de 1962 y se incorpora al Movimiento Nueva Argentina llevado de la mano por el santiagueño Ramón Tito Castillo. En ese tiempo lo integraban, entre otros, Dardo Cabo, Miguel Ángel Titi Castrofini, Chacho Ferreyra de Castro, Jorge Money, Alejandro Giovenco, Andrés Ramón Castillo, María Cristina Verrier (esposa de Cabo) y varios más. Un grupo que más tarde se va a fragmentar, porque unos se pararon en el peronismo y otros que se decían peronistas van a mirar con sumisión a La Habana.

El 28 de septiembre de 1966, dieciocho miembros del MNA desviaron el vuelo Nº 648 de Aerolíneas Argentinas y desembarcaron en Puerto Stanley, Islas Malvinas, en lo que dio en llamarse “Operación Cóndor”. Los cóndores terminaron todos detenidos en la Argentina. “Mientras el grupo estuvo preso el que ‘bancaba’ todo fue el sindicalista Augusto Timoteo Vandor, y la plata me la traía ‘El Negro’ Alberto Campos”, me dijo un amigo de Cabo. Ironías de la época: unos años más tarde Dardo Lito Cabo aparecerá ligado al asesinato de Augusto Timoteo Vandor y Campos asesinado por la Columna Norte de Montoneros. Con el paso del tiempo el núcleo central del MNA se irá disgregando en el fragor de la interna justicialista. Por ejemplos: Dardo Cabo – según uno de sus íntimos amigos de aquellos tiempos—será arrastrado hacia la izquierda de la mano de Miguel Bonasso y Cabo dirá que lo “peronizó” a “Cogote” Bonasso. Lo cierto es que Dardo Cabo terminó en Montoneros, viajará a Cuba no menos de seis veces, y caerá preso el miércoles 17 de abril de 1975 cuando iba a buscar parte del rescate de los hermanos Juan y Jorge Born, siendo fusilado en enero de 1977, junto con Roberto Palometa Pirles, fundador de Montoneros en Santa Fe. El periodista Jorge Money también se corrió a la izquierda, recalando en Montoneros. Uriondo trató de persuadirlo pero no pudo evitar que su vida terminara en los bosques de Ezeiza en manos de la Triple A. Para sus amigos todo fue producto de un cocktail explosivo: una mujer, más ginebra y marxismo.

“Vivíamos una guerra” me dijo un integrante del MNA, y “nuestro gran mérito fue quebrar el proyecto de la izquierda dentro del peronismo”. Hablar de aquellos años es referirse a muchos personajes y hechos de sangre. Es hablar de la ola de violencia que se había instalado en la Argentina, para pasar con mayor furia a los años setenta. Antes de terminar los sesenta y mientras gobernaba de facto el teniente general Juan Carlos Onganía, visitó Buenos Aires el gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller (más tarde vicepresidente). No hay que olvidar que durante su estadía en Buenos Aires, el 26 de junio de 1969, la incipiente guerrilla, entrenada en Cuba, realizó la “Operación Juanita”, atentando con explosivos catorce supermercados “Minimax”, porque se sostenía que Rockefeller era accionista de la Distribuidora de Comestibles (DACSA). Los atentados fueron realizados por terroristas que más tarde integrarían las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Cuatro días más tarde, el 30 de junio de 1969, otra organización terroristas en ciernes, Descamisados, que también se decía peronista, asesinó al Secretario General de la UOM, Augusto Timoteo Vandor. Al momento de morir, el dirigente metalúrgico había restablecido su relación con Perón y la izquierda, entre otros pecados, lo acusaba de haberse reunido con Nelson Rockefeller. Unos años más tarde, Perón explicaría esa reunión: “El que Rockefeller haya dicho que Vandor estaba invitado a concurrir a la reunión de las centrales reunidas e hiciera elogios de él, no tiene ninguna importancia porque es sabido que los dirigentes sindicales han sido siempre objeto del amor de los agentes imperialistas. Lo que usted no sabe es que Vandor me lo había informado y yo le había autorizado a asistir, porque, como dice Fierro, ´para conocer a un cojo lo mejor es verlo andar´. Cuando se trabaja en estas cosas es preciso tener confianza en los dirigentes porque, si hemos de desconfiar de todos, nadie podrá conducir.”

Un día, entre el 20 y 30 de julio de 1969 (el 31 nació Martín su primer hijo), Uriondo me recordó que se citó con Titi Castrofini en el café La Ópera de Corrientes y Callao. Uriondo acababa de llegar de Jujuy y quería saber qué pasaba. Titi no fue solo. También estuvo Edmundo Calabró –sindicado como subjefe de Nueva Argentina—y más tarde llegó Dardo Cabo. A más de cuatro décadas de aquel encuentro, Uriondo todavía tenía presente el clima de cierta tensión que ya existía entre Castrofini y Cabo. Comenzaron a discutir hasta que Castrofini le preguntó:

¿No tuviste que ver con la Operación Judas?

Y Cabo comenzó a relatar:
“Dejamos la camioneta y entramos (a la UOM), porque pusimos las bolas”. No dio nombres y contó que Vandor “cae cuando sale de la oficina…cuando nos vamos dejamos una bomba…” Como siempre aseguró Uriondo, nunca de movió del peronismo. Miraba a Madrid, no a la “perla del Caribe”. Conoció o fue amigo de grandes dirigentes partidarios. Entre tantos a Miguel Iñiguez, Jorge Daniel Paladino, José Ignacio Rucci, Carlos Juárez, Jorge Camus y el matancero Federico Russo. Eran los tiempos en que Paladino le aconsejaba por escrito a Perón: “Le ruego que le dedique unos minutos a la tesis marxista sobre Evita que desarrolla Ongaro. La conclusión es muy clara: Separar a Eva Perón del Peronismo como paso previo para una transformación y utilización posterior.” Esas ideas también fueron de Uriondo por eso en 1973 apoyó en su provincia a Carlos “El Tata” Juárez contra el desarrollista Francisco López Bustos, el candidato de Cámpora y Juan Manuel Abal Medina.

Con Perón estuvo mano a mano en la casa de Gaspar Campos y de esa visita se llevó un recuerdo: cuando se iba tomó del cenicero el pucho que había fumado el General. Lo guardo años y años.

A fines de los 80, en la gran interna peronista para elegir al candidato presidencial, se inclinó por Carlos Saúl Menem a quien Antonio Cafiero consideraba “chaplinesco”. Pocas horas antes de cerrase la campaña fui con Menem a hacer una última pasada por Santiago del Estero. Íbamos tranquilos, “El Negro” era nuestro “sherpa” con Juan Laprovitta. En esa recorrida, Menem lucía tranquilo pero, con el conocimiento que yo ya tenía de su persona, sabía que temía un manejo oscuro, o una trampa, en el resultado electoral. Precisamente, durante un corto vuelo entre la localidad de Frías (tras una recepción apoteósica) y la capital de Santiago del Estero, nos dijo a Luis y a Juan que si le hacían fraude igual iba a presentar su candidatura a Presidente de la Nación. Tenía la presunción de que “más del 40 por ciento me va a seguir”. Como se sabe, ganó Menem y “El Negro” Uriondo fue electo diputado nacional. Al terminar su período en el Parlamento ocupó otros cargos. Por ejemplo en el Consejo de Seguridad Nacional, en nombre del peronismo, durante la gestión de Fernando de la Rúa, de quien fue un leal amigo, como lo fue de muchos radicales. Con la muerte de Uriondo desaparece el último “Uturunco”, como también lo llamaba Menem, y se apagaron los sones de los bombos santiagueños, sus guitarreadas, y la alegría con el que supo adornar la amistad de muchos argentinos que lo conocieron. Era santiagueño pero quiso que su cuerpo descansara en Tapalqué, el lugar donde pasó grandes momentos al lado de “La Negrita”, su esposa, y sus hijos.