El 15 de febrero de 1811 veía la luz en el barrio de Carrascal, uno de los más pobres de la ciudad de San Juan, el que a decir de Carlos Pellegrini fuera el «cerebro más poderoso que haya producido la América».
Era hijo de José Clemente Quiroga Sarmiento y de Ana Paula Albarracín; sus primeros maestros fueron su propio padre y su tío José Eufrasio Quiroga Sarmiento, quienes comenzaron a enseñarle lectura a los cuatro años. Asistió luego a una de las Escuelas de la Patria, donde fue discípulo de los hermanos Ignacio y José Rodríguez. Al negarse a ingresar al Seminario en Córdoba y ver frustrados sus intentos de lograr una beca para el Colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires, se convirtió en el perfecto autodidacta.
¿Fue Sarmiento un político? sin duda, por haber llegado a ocupar el más alto magisterio de su Patria, entre 1868 y 1974, y fue también, Gobernador y Senador por su provincia. ¿Fue un militar? ¿un literato? un periodista? ¿un pedagogo? fue todo eso y mucho más, fue un hombre de acción cuando su patria se lo exigía, un coloso intelectual y un visionario, como pocos.
Incuestionablemente que, como escritor, por el número y valor de sus obras, fue el más importante de la América Hispana del Siglo XIX. De su extensa producción se destacan el Facundo y Recuerdos de Provincia, textos que leímos en nuestra etapa secundaria, posiblemente sin darles el enorme valor que tienen. El segundo de esos libros lo escribió en Chile en 1850 y lo hace con el propósito de defenderse de los ataques críticos de algunos de sus compatriotas que «no lo conocen»; y lo hace bien, con firmeza y ardor, embistiendo con pasión a sus enemigos. En un libro anterior, Mi Defensa 1843, figura un epígrafe: «No hay cosa más difícil, decía Sully que defenderse de una calumnia forjada por un cortesano».
Fue un feroz opositor a Juan Manuel de Rosas a quien critica en cuanta oportunidad se le presenta. En el libro, el que luego sería Gobernador de su Provincia y Presidente de la Nación, y designado por la Conferencia Interamericana de Educación reunida en Panamá en 1947, «Maestro de América», hace una descripción de su infancia y de sus esfuerzos por convertirse en una persona culta y respetada a pesar de no haber contado con las facilidades que le hubieran proporcionado una cuna de alcurnia, una fortuna o una buena academia. Cuenta cómo debió formarse solo, prácticamente sin maestros y se muestra orgulloso del nivel de educación logrado “en despecho de la pobreza, del aislamiento y de la falta de elementos de instrucción en la oscura provincia que me he criado”. También especifica los elementos que debería poseer alguien cultivado, como ilustración, cultura, y manejo de lenguas extranjeras.
Para justificar el titulo, dedicado solamente a sus compatriotas, Sarmiento expresa: «La palabra impresa tiene sus límites de publicidad como la palabra de viva voz. Las páginas que siguen son puramente confidenciales, dirigidas a un centenar de personas, y dictadas por motivos que me son propios».
Y al finalizar el mismo dice: «Sin placer, como sin zozobra, ofrezco a mis compatriotas estas páginas que ha dictado la verdad, y que la necesidad justifica. Después de leídas pueden aniquilarlas, pues pertenecen al número de las publicaciones que deben su existencia a circunstancias del momento, pasadas las cuales nadie comprendería. ¿Merecen la crítica desapasionada? ¡Qué he de hacer! Esta era una consecuencia inevitable de los epítetos de infame, protervo, malvado, que me prodiga el gobierno de Buenos Aires. ¡Contra la difamación, hasta el conato de defenderse es mancha»
¡Cuánto se equivocó Sarmiento con esta auto evaluación¡ hoy, a ciento setenta y cuatro años de su publicación, tanto «Recuerdos de Provincia» como toda su obra literaria, es leída y analizada con el valor de lo imperecedero. Sus biógrafos le han calificado como «Profeta de la Pampa» o «Constructor de la nueva Argentina» pero nadie más acertado que Jorge Luis Borges, que lo llamó: “Testigo de la Patria»