Mié. May 1st, 2024

“Desde muy chica la ayuda social me interesó”, cuenta Valentina Hansen, a quien su familia siempre le inculcó la empatía y la solidaridad como pilares fundamentales de la vida.

Años atrás, había comenzado a estudiar Gestión de Negocios en el reconocido Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), pero sin dudas su pasión estaba en otro lado. Durante tres años, participó como voluntaria en un hogar de niños, era el momento más esperado de su semana. “Nada de lo que hacía en ese momento, que no eran pocas cosas porque siempre fui muy activa, me llenaba tanto como aquello”, admite la joven de 24 años. Sin embargo, nunca se le pasó por la mente otra actividad más allá de eso, mucho menos un viaje a África.

Era 2022, Valentina cursaba su último cuatrimestre de la facultad en un intercambio en Lisboa. Había conocido nuevos sitios y personas, probado comidas atípicas y acumulado nuevas experiencias. Sin embargo, había algo en ella que quería ir por más: “me dí cuenta de que no quería volver, que tenía ganas de seguir explorando, descubriendo y aprendiendo de otras culturas y lugares. Viajar sola me abrió la mente de una manera increíble y quería seguir haciéndolo, pero quedarme en Portugal no era opción”.

Después de mucha introspección a lo largo de su viaje, la vocación por el servicio social y la comunicación no tardaron en salir a la luz. En medio de muchas idas y vueltas, recordó una conversación que había tenido con un conocido que había hecho un voluntariado en Barcelona. No tardó en escribirle y preguntarle sobre alguna ONG donde voluntariar, a lo que él le recomendó una plataforma web para buscar de acuerdo a sus intereses. Todos los caminos llevaron a África.

“Al principio lo creí imposible y un poco lo descarté, pero después me empezó a emocionar la posibilidad de ir cuando me dí cuenta de la flor de experiencia que podía ser”, revela la joven argentina. Con mucha seguridad mandó su solicitud, pero los miedos y la incertidumbre estuvieron también presentes. Al poco tiempo, quedó seleccionada. Así que sacó la visa, compró el pasaje y avisó a su familia. “Puede sonar un tanto impulsivo e inconsciente y, de hecho, un poco lo fue, pero sabía que si hubiera hablado de esto con mi familia antes, probablemente me habrían hecho dudar y no sé si habría terminado yéndome”, confiesa.

Llegó el 1ero de Agosto, una nueva aventura estaba por comenzar. Con pasaporte, pasaje y corazón en mano, Valentina se estaba por subir al avión hacia un nuevo destino: Kenia.

“Empieza a caminar una nueva Valentina. Una que siente tanto todo hasta que se le revienta el corazón de emociones. Una que por primera vez en su vida decide al 100% por ella misma sin perder un segundo más en pensar en el qué dirán. Una que quiere aportar su granito de arena para que este mundo sea un lugar mejor. Una que se despertó para no volver a estar dormida nunca, pero nunca más. Una que por primera vez en su vida dejó de intentar ser un 10 en la facultad, para intentar ser un 10 de persona”, escribió emocionada en una publicación de su Instagram.

Alrededor de las 6 de la mañana arribó al aeropuerto de Nairobi, Kenia. Hacía frío, mucho más de lo esperado y lloviznaba. Una señora llamada Lizzy la pasó a buscar para llevarla al centro donde se iba a hospedar. Durante el trayecto, la mujer le advertía, “no dejes tus cosas solas, no hables con nadie a menos que te autorice, no mires acá”.

Valentina observaba con confusión lo que la rodeaba. Había una gran muchedumbre de gente, la basura decoraba cada rincón de las calles y el ruido estridente se imponía ante cualquier mínimo sonido. Todo resultaba extraño, completamente distinto a lo que alguna vez conoció.

Llegaron al centro, 12 niños la esperaban con una gran sonrisa en la cara y ojos esperanzados. Ese fue su primer destino de voluntariado, un hogar de menores rescatados de situaciones de la calle. Su día arrancaba a las 5 de la mañana, ya que allá se levantan muy temprano para ir al colegio. Les preparaba el desayuno a los chicos y, cuando se iban, hacía el resto de las tareas: cocinar, limpiar, hacer contenido en sus redes sociales para darles más visibilidad. Por la tarde, cuando llegaban del colegio, ayudaba a los niños con sus tareas y el estudio. Llegada la noche, tocaba cursar las clases de la facultad debido a la diferencia horaria (seguía con su carrera en el ITBA, ya que le permitieron hacer materias virtualmente a distancia).

A principios de septiembre, llegó el fin de su estancia en Kenia. Las lágrimas no faltaron al despedirse de aquellos niños y niñas que habían conquistado su corazón, los iba a recordar para siempre.

Volvió de sorpresa a Cañuelas, su lugar de origen, siete meses habían transcurrido desde la última vez que vió a su familia y amistades. Los abrazos y gritos de emoción fueron los protagonistas del encuentro.

En octubre del 2022, decidió embarcarse en otra andanza, pero esta vez en Abuya, Nigeria. Se hospedó en la casa de una familia de diplomáticos de Naciones Unidas que tenían dos hijas. Ahí participó principalmente de reuniones sociales donde trabajaban proyectos educativos de la zona. Ayudaba en una escuelita ubicada en un centro de refugiados y traducía libros para una asociación que enseñaba a niños a hablar en suahili.

No obstante, debido a las reiteradas amenazas de ataques terroristas, la joven tuvo que dejar Nigeria, ya que no pudo llevar adelante muchas de las actividades planificadas. Sólo logró salir de su hospedaje seis veces desde que llegó y estuvo dos semanas encerrada.

Su tercer voluntariado la llevó a Estcourt, Sudáfrica, en una granja que hacían cabalgatas para turistas por la montaña. “Sí, ya sé. Nada que ver”, explica y agrega, “yo era una de las guías, pero fue una experiencia que también me encantó porque amo los caballos y la naturaleza desde que tengo uso de razón”.

El viaje marcó un antes y un después para la joven argentina

Luego de casi medio año como voluntaria, era hora de retornar a casa. Valentina volvió renovada y con infinitas anécdotas y reflexiones para compartir.

“Tuve muchos sentimientos encontrados. Por un lado, me encontré con situaciones que me impactaron un montón a nivel cultural considerando el estilo de vida occidental del que yo venía”, cuenta con mucha sinceridad. Una de las cosas a la que nunca se acostumbró fue la comida, debido a que nunca terminaron de caerle bien y el agua que tomaban en el centro tampoco, por eso tuvo que empezar a comprar la comida aparte y sólo consumir agua de bidón.

Otra situación muy difícil para ella fue la violencia. “Estuve en varias situaciones peligrosas como terrorismo, amenazas y enfermedades. No fueron pocas las situaciones que en ese momento no conté y me animé a contar después de haber llegado, porque no quería preocupar a mi familia estando tan lejos y sin la posibilidad de ayudarme. Pero sí, pasé por situaciones muy difíciles, y más al transitarlas sola”, revela la joven.

Aunque, por otro lado, hubo aspectos a los que se acostumbró mucho más rápido de lo que hubiera pensado como las tradiciones, costumbres religiosas y estilos de vida: “conocer y aprender de culturas diferentes siempre me encantó, y eso me facilitó bastante la adaptación. Estaba fascinada con el intercambio cultural. Creo que ir con esa mentalidad abierta ayuda a no juzgar esas diferencias y considerarlas como una oportunidad de observación y aprendizaje profundo”.

Al mirar hacia atrás y repasar todo lo vivido, Valentina considera que la enseñanza más importante que se llevó del viaje fue que la humanidad puede ir más allá de todo. “Es muy difícil de explicar la sensación de mirar a los ojos a una persona que ni siquiera habla tu mismo idioma y entenderte con la mirada. Son esos momentos en los que no entendés el cómo, ni el por qué”, trata de poner en palabras.

Si bien viajó completamente sola, sus casi 14 mil seguidores de Instagram la acompañaron desde lejos. “Antes de irme de voluntariado yo sabía que lo iba a querer documentar y subir porque me parecía una experiencia sumamente interesante y diferente para que otras personas conozcan”, expresa desde un lugar de genuinidad. Uno de sus principales objetivos que busca a través de su red social, es dejar un impacto positivo en todas las personas que la leen e inspirarlas a buscar su mejor versión.

Además de los voluntariados en África, Valentina luego formó parte de otras iniciativas como TECHO, Expedición Sonrisa y Fundación Sí. “Lo que más me gusta, aparte de sentir que puedo aportar mi granito de arena para cambiar aunque sea un poco la realidad de alguien que lo necesita, es la sensación que me queda dentro en el cuerpo. Creo que los actos de servicio enaltecen el alma de cualquier persona que los haga, siempre que se hagan desde un lugar real, empático y con amor”, declara.

Su principal consejo para aquellas personas que desean ser voluntarios pero no se animan a dar el primer paso, es informarse para derribar miedos y prejuicios: “es una experiencia tan única e increíble que no hay forma que no te marque por el resto de tu vida”.

Caracterizada por ser alguien soñadora y curiosa, Valentina siempre busca ir por más y superarse a sí misma. Ya recibida como Licenciada en Gestión de Negocios, ansía seguir adelante en la comunicación con impacto y propósito. “Quiero seguir aprendiendo al trabajar en proyectos que me desafíen y que me hagan pensar y crear por fuera de la caja. Seguir aportando mi granito de arena desde la comunicación creativa y con sentido”, dice con mucha convicción.

Lo que empezó como un viaje impensado al continente africano casi dos años atrás, reforzó aún más su compromiso y pasión por contribuir a un mundo mejor: “yo creo que la Valentina que se tomó el avión a África y la que se lo tomó de vuelta son dos personas muy diferentes. Si bien mi esencia sigue siendo la misma, aprendí y cambié muchísimo. Fue una experiencia alquímica, transmutadora”.