Vie. Mar 29th, 2024

Millones de argentinos las consumen a diario, pidiéndolas en panaderías, confiterías y bares por sus nombres de batalla, pero muy pocos de ellos saben el irónico mensaje de los anarquistas que subyace en el mundo de las facturas, bautizadas por los sectores más radicalizados de un gremio de características muy particulares.

Los cañoncitos de dulce de leche y las bombas de crema, las bolas de fraile y los suspiros de monja, el sacramento y los vigilantes, los libritos y cuernitos tienen nombres suficientemente elocuentes para testimoniar de qué forma el anarquismo consiguió a principios del siglo XX colar algunas de sus ideas en el mundo del consumo de las multitudes.

Algunas de esas ideas se filtraron en rubros muy importantes de las pasiones populares argentinas, incluyendo una cita hoy casi que enigmática en el gran tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo, y el nombre con que empezó a competir en el fútbol el club donde comenzó a hacerse famoso Diego Armando Maradona.

Discépolo, y su hermano Armando, uno de los grandes dramaturgos argentinos, se desempeñaron en un universo cultural repleto de militancia anarquista, uno de los subproductos de las oleadas inmigratorias provenientes de Europa, en un mundo de intensa agitación obrera. 

Muchos anarquistas, enemigos de la religión y el Estado, abundaban en el gesto político de utilizar las ediciones de los ejemplares de La Biblia que estaban a disposición de los parroquianos y pasajeros en pensiones y hoteles en lugar del papel higiénico, que además era para ellos un lujo.

La llamada Sociedad Bíblica Argentina, que difundía las ideas protestantes, regalaba por entonces ejemplares en las plazas, que muchas veces eran colgados “en un gancho de alambre” o “sable sin remache” en los baños en que también se habían instalados los calefones

Aunque sin hacer prensa de eso, Discepolín pintó con un trazo ese universo cuando en la más famosa de sus creaciones, gestada durante los años de la Década Infame, escribió, en un verso: “Igual que en la vidriera irrespetuosa/ de los cambalaches se ha mezcla’o la vida/y herida por un sable sin remaches/ves llorar la Biblia junto a un calefón”.

La Argentina de intensa agitación del anarquismo, en general previa a la aparición del peronismo en los años cuarenta del siglo XX, fue narrada en muchos otros tangos, en general casi que expurgados del repertorio masivo, o cantados sin vinculación entre sí, muchos de ellos censurados en distintas etapas autoritarias.

Algunos de los más llamativos son “Acquaforte”, de Horacio Pettorossi-Juan Carlos Marambio Catán, “Al mundo le falta un tornillo”, de José María Aguilar Porras-Enrique Cadícamo, “Vida amarga” de Pascual Mazeo-Eugenio Cárdenas, “Pordioseros”, de Guillermo Barbieri, “Al pié de la Santa Cruz” de Marío Battistella-Enrque Delfino o “Mis harapos” de Marino García-Jorge Luque Lobos.

En el mundo del fútbol el uso del color rojo para una camiseta es frecuente, pero en pocos casos está tan relacionado con una idea inicial como en el de Argentinos Juniors, un club por demás identificado con una zona de la Capital Federal repleta en su momento de activismo gremial.

La actual Asociación Atlética Argentinos Juniors, con fecha de fundación en 1904, era ya la fusión de dos equipos del barrio de Villa Crespo: “Mártires de Chicago”, cuyo nombre era un explícito homenaje a los obreros ejecutados en Estados Unidos en 1886, y “Sol de la Victoria”, que tomaba su nombre de una línea de la letra del Himno de los Trabajadores del Partido Socialista Italiano.

Como ambos equipos tenían problemas variados con la policía y las autoridades, la fusión les sirvió para unir fuerzas  en un proyecto al que nunca llamaron club, porque apuntaba a ser un lugar de encuentro que superase el mundo del deporte, y un núcleo fundador que nunca renegó del apodo de “Bichos colorados”.

En su libro “Fútbol”, uno de los grandes historiadores del anarquismo en la Argentina, Osvaldo Bayer, apunta que también el club El Porvenir, “como el nombre lo muestra” fue fundado por anarquistas e incluso “Chacarita Juniors nació en una biblioteca libertaria”, en 1906. precisamente el primer día de Mayo.

Sin embargo, anota que eso fue una segunda etapa, tras el momento de la aparición del futbol en la Argentina, de la mano de los ingleses que trajeron el ferrocarril y construyeron su universo, generando que en cada barrio florecieran los llamados clubes Social y Deportivo, que en buen porteño significaba «milonga y fútbol».

Al principio, narra “los anarquistas y socialistas estaban alarmados”, porque en lugar de “ir a las asambleas o a los picnics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche” e incluso el diario La Protesta sostenía la idea de que: «Misa y pelota” eran “la peor droga para los pueblos».

Entre las figuras de la agitación anarquista descollaba en la Buenos Aires de fines del siglo XIX y principios del 20 Errico Malatesta, que propulsó la idea de sindicalizar a los esforzados trabajadores del mundo de la panadería, que siguieron un camino iniciado por los tipógrafos, los zapateros y los trabajadores de La Fraternidad, que agrupaba a maquinistas y foguistas de locomotoras.

Pero a diferencia de esas agremiaciones, que eran en general de ideario socialista, Malatesta y su compatriota Ettore Mattei, propusieron a los trabajadores de las panaderías adherir al programa de acción que sintetizaba el himno de los anarquistas: “Nostra patria é il mondo intiero, nostra legge, la libertá; un sol pensiero salva l’umanitá”.

La Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, fundada para “lograr el mejoramiento intelectual, moral y físico del obrero y su emancipación de las garras del capitalismo” debutó con un pedido de aumento del treinta por ciento del sueldo y el cese del trabajo nocturno, entre otras demandas, tras lo cual forzó una huelga de 15 días.

La huelga terminó luego de conquistados muchos derechos, pero más allá de la historia del anarquismo el gremio fue consolidándose como uno de los más combativos durante décadas, con la facilidad para las conspiraciones, la agitación y hasta el uso de imprentas clandestinas que posibilitaba la nocturnidad de una parte central de las tareas.

La mayoría de los argentinos del siglo XXI “no conoce el significado del nombre las facturas” y supone que fueron “creados en broma», le dijo a la BBC, que produjo un informe sobre este ítem curioso de la cultura argentina, el profesor universitario Vicente Campana.

En el bautismo político de las facturas seguramente influyó el ejemplo previo de los panaderos austríacos que tomando la receta de las famosas croissant parisinas crearon unas masas en el apogeo de la dominación del Imperio Otomano con la forma de la media luna que luce la bandera de Turquía, un símbolo del Islam

Según la leyenda, los austríacos comían estas medias lunas frente a los soldados turcos como una forma de expresar su rechazo a los invasores, por lo que el nombre permaneció intacto con su traspaso a la Argentina, aunque aquí se sumó la costumbre de bañarlas con almíbar, una cobertura…. típicamente árabe.

Como está claro, los cañoncitos y bombas tienen relación con las políticas de atentados que desplegaron los anarquistas, las bolas de fraile y suspiros de monjas, así como los sacramentos, se burlan de los religiosos y religiosas y sobre los vigilantes, que siempre son muchos, no hace falta ni aclarar.

La cremona tradicional, por otra parte, tiene una forma que imita la letra A mayúscula, símbolo internacional del anarquismo, e incluso la palabra factura –que reemplaza a la española pasteles para denominar productos similares– tuvo en el origen un sentido político, resaltando su origen en la tarea esforzada y creativa de los llamados en el gremio maestros pasteleros

En cuanto a la factura llamada “librito” hay una duda respecto a si se trata de una exaltación de la función que los libros cumplieron históricamente en la difusión de las ideas o una gastada, de ahí el diminutivo, a las iniciativas de las distintas administraciones estatales de difusión de la lectura con la publicación de libros gratuitos adecuados a sus intereses ideológicos.

Entre los panaderos anarquistas que la cultura popular argentina homenajea, no debería pasar desapercibido Juan Riera, un español nacido en 1894 en Ibiza que llegó a la Argentina en 1914, y trabajó primero en Tucumán como vendedor callejero de masas y luego en Salta, como carpintero el Ferrocarril.

En Salta, la panadería que abrió años más tarde, albergó la creación del llamado Sindicato de Oficios Varios y comenzó a ser en los años 50 y 60 un lugar de reunión de folkloristas, intelectuales y periodistas, que en general admiraban el altruismo de aquel hombre que le regalaba el pan –hoy lo hacen centenares de panaderías al terminar cada jornada- a los hambrientos.