Los padres de nuestra organización constitucional eligieron a la democracia republicana, como forma de gobierno. La Argentina actual, si bien reafirmó la democracia y felizmente transita en ella, aún no practica el sistema republicano en sus lineamientos básicos. Lógicamente se relaciona a la república, en oposición a la monarquía, en que el poder descansa en la soberanía popular. Los pensadores ilustrados, en especial Locke, Montesquieu y Rousseau desarrollaron los principios doctrinales, lo que unido a los movimientos antimonárquicos depararon las dos grandes revoluciones de finales del siglo XVIII. La Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa. En 1781 se redactó la primera constitución republicana que dio origen a los Estados Unidos. La Revolución Francesa adoptó el nuevo sistema y en agosto de 1792 depuso al rey Luis XVI. Ambas significaron la definitiva consagración de la soberanía popular, la necesidad del consenso del pueblo y la defensa de los derechos humanos.
Durante nuestra emancipación todavía había quienes defendían la monarquía, pero al igual que en todas las revoluciones latinoamericanas se impuso la forma republicana. En el mundo actual la República se ha generalizado. Sin embargo, debemos señalar que en el transcurso del siglo XX, se han desarrollado bajo el falso título de Republica, regímenes autoritarios y sistemas dictatoriales extremos como el fascismo de la República de Saló, el Reich Hitleriano, el Stalinismo o el Maoísmo.
Hay algunos principios básicos que definen hoy a la República, como la división e independencia de los poderes, la periodicidad de los mandatos, la publicidad de los actos de gobierno y la reunión del conjunto de leyes fundamentales en la carta magna o constitución.
La división de los poderes significa que ninguno de ellos, especialmente el Poder Ejecutivo, no gobierna por si solo, debe ajustarse a las leyes que sanciona el Poder Legislativo y al control del Poder Judicial. Cada uno de ellos, además de cumplir con un rol específico, actúa vigilando a los otros.
Lejos estamos de practicar un republicanismo auténtico. La presión sobre los otros poderes, por parte del ejecutivo resulta evidente. Tampoco constatamos una republicana transparencia en los actos de gobierno. El escándalo develado este lunes de una monumental red clandestina e ilegal de espionaje, donde están involucradas figuras políticas de gran peso, es una muestra evidente de que «los sótanos de la democracia» como lo denomina el presidente Alberto Fernández se mantienen vigentes.
El 1 de marzo de este año, al dejar inaugurado el periodo anual legislativo del Congreso, Alberto recordaba que al asumir la Presidencia prometió “que pondría fin a los sótanos de la democracia”, y dijo al respecto: “Lo hice, el personal de inteligencia del Estado ya no se vincula con los jueces. Los recursos de la Agencia Federal de Inteligencia son públicos. No existen operadores que en nombre del gobierno compran voluntades judiciales”. Increíble!!!
Nunca sabremos porque Alberto se nutre de irrealidades para crear su propio mundo. El transita una burbuja. El escándalo protagonizado por el sargento retirado de la Policía Federal Ariel Zanchetta, liderado aparentemente por el cerebro del juicio a la Corte y operador de Cristina, el diputado ultra K Rodolfo Tailhade, más otras figuras de peso de La Cámpora y el kirchnerismo, ¿lo habrán traído a la realidad?
Alberto no puede ignorar, compartiendo el mismo espacio político, los tejes y manejes ilegales en los “sótanos de la democracia” como él los titula. Pero no caben dudas de que, de republicana, nuestra democracia adolece de múltiples fallas.